El 26 de mayo, en una edición del programa Con Maduro+, Jorge Rodríguez, jefe del comando de campaña del PSUV, anunció que el chavismo se habría adjudicado 256 de los 285 escaños de la Asamblea Nacional en las elecciones del 25 de mayo. Sin embargo, lo hizo antes de que el Consejo Nacional Electoral (CNE) emitiera un segundo boletín oficial, revelando —sin querer— una coordinación política que debió mantenerse bajo reserva institucional.
Rodríguez aseguró que el chavismo obtuvo el 90% de los curules, mientras que la oposición logró apenas 29. Entre los supuestos diputados opositores electos mencionó a Tomás Guanipa, Henri Falcón, David Uzcátegui, Pablo Pérez y Antonio Ecarri, nombres que no aparecían en el primer boletín del CNE, el cual sí incluyó a otros como Henrique Capriles, Luis Emilio Rondón y Stalin González.
También se suman a la nueva Asamblea figuras vinculadas a la llamada «oposición colaboracionista» como Bernabé Gutiérrez, Timoteo Zambrano, Luis Parra, José Brito y José Gregorio Correa, conformando una bancada variopinta en la que muchos analistas reconocen rostros reciclados de anteriores pactos con el oficialismo.
Más allá de la sospechosa anticipación del anuncio, los números divulgados por Rodríguez contrastan de forma alarmante con los datos oficiales del propio CNE. Mientras el rector Carlos Quintero informó la noche del domingo una abstención de 57,38%, los cálculos simples revelan una disparidad considerable.
Según el CNE, hay 21.485.669 votantes registrados. Si se emitieron 5.507.324 votos, la abstención real sería de 74,35%, es decir, 17 puntos porcentuales por encima de lo reportado. Esta diferencia deja al descubierto lo que muchos ya venían denunciando: un intento de maquillar la escasa participación ciudadana en unos comicios donde predominó el desinterés, el desencanto y, en muchos casos, la coacción.
La imprecisión oficial y el apresurado anuncio de Rodríguez evidencian que la narrativa triunfalista del chavismo se construyó no sobre los resultados reales, sino sobre una planificación política orientada a mostrar una “victoria” a toda costa, aun a expensas de la credibilidad del sistema electoral.