El domingo 25 de mayo, Venezuela vivió una jornada electoral marcada por la ausencia masiva de electores, la coacción sistemática a empleados públicos y la presencia descarada de estructuras partidistas que, una vez más, distorsionaron por completo el concepto de sufragio libre y universal. Lo que debía ser una expresión voluntaria del ciudadano, se convirtió en una tragicomedia nacional protagonizada por toldos rojos, listas de control y amenazas con sabor a “bolsa Clap”.
En sectores de Caracas como Petare, Chacao, El Paraíso y El Valle, encargados de centros de votación reconocieron que la participación fue “graneadita”, es decir, dispersa y forzada. Según el coordinador del liceo Edoardo Crema, en El Paraíso, “fue extremadamente tranquilo, un proceso rápido donde el elector no tarda más de dos minutos en toda la herradura”. Tranquilo, sí, pero no por eficiencia, sino por la soledad abrumadora que reinó en los centros desde temprano.
Marlene*, una madre de familia en El Valle, acudió a votar a las 6:00 p.m., no por convicción, sino porque miembros del consejo comunal de su zona le advirtieron que perdería el beneficio de la bolsa Clap si no lo hacía. “Me obligaron”, confesó al salir del liceo José Ávalos, justo cuando el rector del CNE, Elvis Amoroso, anunciaba —con tono victorioso— la extensión de la jornada electoral. Sin importar que el país estuviera vacío y los centros vacíos, el guion debía cumplirse.
Lucía*, trabajadora del Ministerio de Educación, recibió mensajes durante todo el día exigiendo que reportara nombre, apellido y centro de votación. “Como tal no nos pidieron foto, pero sí el reporte”, explicó, mientras detallaba cómo debió interrumpir una fiesta familiar para ir a “cumplir”.
En urbanismos de la Misión Vivienda, como Plaza Venezuela y La Urbina, los llamados a votar no se limitaron a mensajes: voceros comunales salieron con megáfonos en mano y se instalaron toldos frente a los edificios para esperar los reportes de “su gente”. En El Valle, en el urbanismo Hugo Chávez, se observaron mesas improvisadas donde se llevaba control de asistencia. Todo muy participativo… si se ignora que era más parecido a una lista de asistencia militar que a una elección democrática.
En Chacao, funcionarios policiales fueron vistos chequeándose en listas colocadas afuera de centros de votación, confirmando que el voto ya no es secreto, sino un trámite de supervivencia institucional.
Mientras los voceros del régimen hablaban de participación “respetable”, en los centros el panorama era otro. En el colegio Edoardo Crema votó apenas el 20 % del padrón asignado. En la Unidad Educativa Mariano Picón Salas, en Petare, de 4.125 electores, a las 4:00 p.m. solo habían votado 590 personas. Una miembro de mesa admitió lo evidente: “Ha habido demasiada abstención”.
En otros centros, como el Liceo Talento Deportivo Luis Navarro de Chacao, la jornada empezó tarde porque no llegaron los miembros de mesa y hubo que improvisar con testigos. Dos máquinas de votación también fallaron al inicio. A pesar de los contratiempos, apenas 600 de los 5.151 votantes registrados ejercieron el derecho.

Y aunque algunos ciudadanos, como Belkis* y Ana*, acudieron por convicción o costumbre, la gran mayoría fue empujada al centro de votación por el miedo al castigo, no por fe democrática. La democracia no se ejerce bajo amenaza de perder un beneficio básico o un puesto de trabajo. Ni con puntos rojos, ni con listas, ni con toldos de control político.
En resumen: el régimen de Nicolás Maduro logró otra obra maestra del absurdo. Un país que se niega a votar fue “representado” por una cifra inflada de participación, mientras quienes sí acudieron lo hicieron arrastrados por la coerción. El “voto patriótico” terminó siendo una mala imitación del libre albedrío, al mejor estilo de las repúblicas de cartón.
*Los nombres de las fuentes fueron modificados para proteger su identidad.