En los campamentos improvisados de la frontera entre México y Estados Unidos, miles de migrantes venezolanos intentaron mantener el espíritu navideño a pesar de las adversidades. Entre carpas, fogatas y lágrimas contenidas, muchos compartieron anécdotas de su hogar y recordaron cómo celebraban estas fechas en su país.
Las condiciones en las que viven son extremadamente precarias: falta de alimentos, atención médica limitada y temperaturas bajas que convierten cada noche en un desafío. Sin embargo, la solidaridad entre ellos ha sido el refugio emocional más importante. “Aunque no tengamos el tradicional pan de jamón o las hallacas, seguimos juntos, apoyándonos. La esperanza es lo último que perdemos”, expresó un joven migrante desde un albergue en Ciudad Juárez.
Organizaciones humanitarias y grupos locales han brindado ayuda, organizando actividades navideñas para los niños y distribuyendo comida caliente. Sin embargo, estos gestos apenas mitigan el impacto de la dura realidad.
La travesía para llegar a esta frontera ya fue un calvario
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