En la actualidad, existe un creciente interés en la investigación de las disparidades entre individuos religiosos y seculares. Actualmente se está investigando el funcionamiento cerebral de quienes practican la meditación o la oración, así como la identificación de las áreas cerebrales relacionadas con la espiritualidad y la religiosidad. Algunas de las interrogantes que se buscan responder incluyen: ¿Es más sencillo vivir para aquellos que viven aferrados a sus creencias religiosas durante esta vida? ¿Aquellos que no tienen un dios al que rezar disponen de otros recursos psicológicos? ¿La religiosidad es innata en el cerebro o se adquiere?
De acuerdo con la Psicología Positiva, aquellos individuos que experimentan un sentido de trascendencia, viviendo en conexión con algo más grande que ellos mismos y sintiéndose motivados a colaborar con los demás, tienden a contar con una mayor resiliencia para enfrentar desafíos y encontrar significado en sus vidas.
Se considera que la espiritualidad es inherente al ser humano. El cerebro está equipado con la estructura necesaria que nos permite creer en algo que trasciende nuestra existencia. Los científicos identifican los lóbulos parietales y el córtex prefrontal como las áreas cerebrales asociadas con la espiritualidad.
Según un articulo difundido en el portal El Mundo se considera que la religiosidad es adquirida. Tener fe implica contar con un sistema de creencias que brinda una explicación del mundo y ofrece seguridad. Los creyentes, por ende, tienen una menor probabilidad de abusar de drogas, cometer delitos, divorciarse o suicidarse, mejoran su salud física y viven más tiempo. Además, la religión tiende a fomentar la creación de redes de apoyo social.
Tanto la religión como la espiritualidad juegan un papel importante en dar sentido a la vida; sin embargo, también es cierto que en nombre de las creencias se pueden cometer graves errores que causan dolor tanto a uno mismo como a los demás por eso es vital indagar antes de adentrarse algunas de estos dogmas.
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